ERASE UNA VEZ

Este libro está compuesto por cuatro cuentos.

  • Las hormiguitas traviesas,
  • El delfín y el niño

Estos dos cuentos se los explicaba a mi hijo Oriol cuando tenia cuatro años, para que se durmiera por las noches.

  • Historia de un trozo de cristal:

El  origen de este cuento, proviene de una redacción que escribí en otoño de octavo de E.G.B.

  • El rey bueno y su pueblo:

Fue el primer cuento que escribí con la edad de diez años. Creo que la “culpable” de que me gustara escribir fue la señorita Rosa, una profesora que tuve en quinto de E.G.B en la Academia Barceloneta, que nos explicaba historias y luego las habiamos de escribir en la libreta con dibujos.

Alicia Martí Pallarés

Érase una vez dos hormiguitas que vivían y trabajaban en un hormiguero. Se pasaban la vida agujereando la tierra y recogiendo el trigo caído en el campo, las ramitas rotas por los pájaros, las hojas secas de los árboles, así como cualquier otra cosa que se pudiera comer o les sirviera de abrigo.

Al final del día, acababan muy cansadas.

Una mañana, al pasar por delante de un lago, se encontraron media cáscara de una nuez. Una de las hormiguitas se sentó sobre una piedra para descansar y comenzó a quejarse diciendo que estaba harta de trabajar todo el día. Nunca se divertían.

—¿Qué te parece si cogemos esta cáscara de nuez? —La otra se quedó mirándola intrigada—. Si le clavamos en medio una ramita con una hoja de árbol, nos servirán de mástil y vela. ¡Tendremos un magnífico barco para ir a pasear un rato por el lago! ¡Y esas ramas nos pueden servir de remos! —exclamó.

—¡¡Sí!! Hagámoslo —contestó la otra.

Dejaron en el suelo los granos que habían recogido por el camino y corrieron a coger la cáscara de nuez para convertirla en un pequeño barco.

Cuando la tuvieron lista, la subieron a una roca, la lanzaron al agua y a continuación saltaron ellas. Remaron y se fueron a explorar todos los rincones del lago. Al llegar justo al centro, se detuvieron y se tumbaron a descansar.

—¡Mira qué chulo! ¡Estamos rodeados de agua por todas partes, qué divertido! —decía una apoyada sobre una parte de la cáscara de nuez que le hacía de barandilla.

—¡Descansemos y disfrutemos de la vida! Esto sí que es divertido y no tener que trabajar todo el día cargando trigo y ramas como nos obligan en el hormiguero —añadió la otra mientras masticaba un trocito de nuez que había quedado enganchado en el interior de la cáscara.

—¡¡Mira, mira cómo trabajan nuestras compañeras!! —Rio la primera señalando con su dedo a la hilera que formaban sus amigas a lo lejos.

—Cierra los ojos y descansa, descansa… ¡Hagamos una siestecita! Que nos la merecemos. —Bostezó la otra estirándose en el suelo de la cáscara.

El movimiento de la barca las meció y se durmieron. No se dieron cuenta del paso del tiempo y de que la agradable y suave brisa que corría empujó a unas feas nubes a tapar el sol, que tanto les gustaba.

El viento agitaba  el agua e hizo que la cáscara de nuez se tambaleara de un lado a otro. Se despertaron. Jugar a rodar por el suelo las divertía. Lentamente, se les hizo de noche.

CONTINUA———-

Érase una vez un tranquilo pueblecito de pescadores en el que vivía un niño con sus padres. Una tarde de primavera, después de que el niño regresara del colegio al llegar a casa, su madre le pidió que fuera al mercado a comprar pescado para cenar. Le entregó cinco monedas y un cesto, advirtiéndole que no corriera por el camino, porque podría perder las monedas.

Vivian en lo alto de una montaña, el niño bajó pausadamente por el camino, obedeciendo las indicaciones de su madre. Cuando llegó al pueblo, se dirigió al mercado, donde compró el pescado con las cinco monedas.

Al regreso hacia casa, pasó por delante del puerto y de la playa, donde vio mucha gente alrededor de alguna cosa que observaban. Se acercó y vio que en a la orilla del mar había un delfín al que las olas sacudían.

La gente no sabía qué hacer con el animal, estaba muy triste y no quería comer los alimentos que le daban. Los pescadores decían que se había perdido y que, si no comía el pescado, se moriría porque no tendría fuerzas para irse con sus compañeros.

El niño se acercó al delfín y le  habló, diciéndole que tenía que comer para ponerse bueno, a la vez que lo acariciaba. El delfín abrió los ojos, todo el mundo se sorprendió. El niño sacó un pescado de su cesto, de los que había comprado con las cinco monedas que le había dado su madre y se lo dio al delfín, que se lo comió. Le dio otro y también se lo comió, y otro, y otro, así hasta que se comió todos los pescados que había en el cesto.

CONTINUA————–

Érase una vez mi historia. Cómo yo, un simple trozo de cristal, llegué a ser la piedra más preciada del joyero de una novia, formando parte de un anillo de oro de veinticuatro quilates.

Mi historia comienza un día tranquilo de otoño, yo  vivía feliz como parte de un grueso cristal, en una ventana de la más importante fábrica de la ciudad.

Era cierto que vivíamos un poco apretados y no nos podíamos mover, tan solo aguantar las inclemencias del tiempo, el frío, el calor, el viento y la lluvia. Pero estábamos juntos y manteníamos un gran compañerismo entre nosotros.

Hasta que una noche pasaron frente a la fábrica unos gamberros que nos lanzaron varias enormes piedras y nos rompieron en cientos de pedacitos.

Por fortuna para mí, del impacto fui a caer al suelo en forma de diamante. Algunos colegas cayeron en diferentes formas menos agraciadas y más vulgares. Otros cayeron sobre tejados cercanos, así como sobre los techos de coches aparcados.

Después de pasar unos días tirado en el sucio y grasiento suelo de la calle, pasó junto a mí un mendigo. Al verme, me recogió y me vendió a un conocido suyo, haciéndome pasar por un valioso diamante. Le debió de dar bastante dinero, pues el hombre se fue muy contento.

Este  me vendió a un avispado subastador, con quien asistí a diversas e importantes subastas de la ciudad. Pero al no lograr que nadie se interesara por mi curiosa belleza, me retiró y optó por regalarme a una sobrina suya por su quince cumpleaños, tras incrustarme en un vulgar aro metálico.

Esta chica me producía cierta desconfianza, porque  era un poco despistada. Así un día, sin darse cuenta, se le resbaló el anillo del dedo mientras hacía deporte por el parque. Y me perdió.

De nuevo me encontré tirado por el suelo. Aunque en esta ocasión se trataba del polvoriento camino del parque. Al capricho de la intemperie, estuve rebozándome en polvo, entre bastas piedras, hojas secas y porquerías. Teniendo, además, que soportar dos días de lluvia que me arrastraron cerca de un charco.

CONTINUA…….

Capítulo I

Érase una vez un pueblecito llamado Coblar, cuyo rey era el más bueno que habían tenido nunca. Cuidaba de sus gentes preocupándose de que nadie pasara hambre, ni frío, ni estuviera enfermo. El rey Filiponcio tenía una bella esposa, la reina Antonieta. Y ambos tenían una hija: la princesita Ana, que era una niña muy traviesa que solía dar dolores de cabeza a sus padres, aunque en el fondo era un trozo de pan.

Por expreso deseo de sus padres, Ana iba al colegio de Coblar, donde estudiaban todos los niños del pueblo. Un día la princesita, mientras regresaba al palacio, se despidió de sus amiguitos y se dirigió hacia el bosque. Allí se entretuvo jugando con sus otros amigos los pajaritos, los conejitos, las ardillas y los ciervos. Entre juego y juego, no se dio cuenta y se adentró en el bosque.

Al ver que tardaba en regresar, el rey y la reina se asustaron mucho. Temían que  la princesita hubiera sido atacada por algún lobo o un zorro de los que rondaban por los alrededores.

El rey ordenó comunicar al pueblo la desaparición de la princesa para que todo el mundo contribuyera a buscarla. También envió a veinte de soldados con sus mejores perros olfateadores para rastrear la zona.

Las autoridades del reino, preocupados, acudieron al lado de sus soberanos, al conocer la noticia de la desaparición de la princesa.

Mientras tanto, la princesita estaba en el otro lado del bosque sin temer nada. Con el paso de las horas, oscureció. Estaba cansada de jugar y sentía hambre, se acurrucó junto a una gran roca y se quedó dormida. Los animalitos que jugaron con ella la arroparon para que no sintiera frío.

Después de buscar por todos los bosques de la zona,  los soldados la encontraron dormida. Los animalitos salieron corriendo, asustados al verlos llegar con perros y acompañados por la gente del pueblo. Uno de los saldados la cogió en brazos, la envolvió con una manta y la llevo al castillo.

Cuando los reyes la vieron llegar en brazos de uno de sus más fuertes soldados y comprobar que la princesita estaba dormida, se alegraron mucho. Todas las autoridades se fueron, incluidos el cura y el doctor, hasta que quedó sola con sus padres.

Al poco rato, Ana se despertó feliz de verse en su cama con sus padres, aunque desilusionada por no  hallarse en el bosque rodeada por sus amiguitos los animalitos. Sus padres no paraban de hacerle preguntas y una tras otra. La princesita Ana les explicó que había visto un pajarito que se adentraba cantando una bonita canción en el bosque, y decidió seguirlo. Allí se encontró con ardillitas, conejitos y otros animalitos que acudieron a jugar con ella.

Después de explicarles toda su aventura, le entró mucha hambre. La cocinera del castillo le preparó una gran comida con verduras, patatas y carne.

CONTINUA…….

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disfrutad del siguiente enlace a un Reel que colgué durante las navidades 2023-24, clicad en REEL Érase una vez.

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