INCUMPLIMIENTO DEL CONTRATO

Incumplimiento de contrato

No he podido dormir en toda la noche. Hoy es mi treinta cumpleaños y será el peor día de mi vida. Debo presentarme en un juzgado de Barcelona, que no recuerdo, a las diecinueve y cuarenta horas. Me parece un poco tarde, pero entiendo que la justicia está colapsada.

Una tal Clotilde López me reclama la astronómica cifra de 10.000 euros por daños y perjuicios por incumplimiento de contrato, de un servicio que no le he dado. Soy fontanero y esa señora no es clienta mía, ni la conozco de nada, que yo recuerde.

—Lo tendremos que probar, con este argumento enfocaremos el pleito —me aconseja Silvia, mi abogada y amiga. Me parece un poco falto de fundamento, pero sabe más que yo del tema. Es muy inteligente y confío en ella, porque su marido es magistrado.

Se acerca la hora, con la cabeza aturdida y con ganas de que pase este maldito día, me tomo tres cafés y una galleta integral. Cojo las llaves del coche, pero las vuelvo a dejar sobre la mesa, soy incapaz de conducir y me voy directo al metro.

Sentado, observo a las personas que me rodean en el vagón. Hay varias mujeres cerca. ¿Quién sabe si alguna de ellas puede ser la dichosa Clotilde? Con ese nombre… No creo, todas son jóvenes. Me la imagino mayor, alta, de pelo corto, delgada, con cara autoritaria y con una vida tan aburrida que se dedica a demandar a los demás.

Al llegar a los juzgados, me encuentro con Silvia. La sigo. Traspasamos el control de seguridad y un laberinto de ascensores y pasillos, por los cuales me perdería si fuera solo. Por todas partes nos cruzamos con gente que me observa y parece que conoce mi «incumplimiento de contrato». Me siento como si me señalaran, «ahí va un delincuente», sin haber cometido ningún delito. Solo me falta ir esposado. Llegamos a un pasillo en el que, extrañamente, no hay nadie. Mejor, así estaré más tranquilo.

Silvia llama a una puerta donde se indica «Sala de Vistas», para mí: «Sala de Torturas», golpea dos veces. Parece una consigna secreta. Alguien la entreabre y le contesta algo que no puedo, ni quiero, escuchar. Vengo obligado. Le entrega mi DNI. y su identificación, cierra y esperamos. Detecto voces en el interior, que no entiendo.

Mi respiración es una competición de Fórmula Uno. No sé si me ahogo, me acelero, me freno o me voy a desplomar. Nunca en mi vida he pisado un juzgado, ¡y había de ser  hoy! De pensarlo, me tiemblan las piernas. Trato de localizar un lavabo. Estoy cagado. No, lo siguiente, y no sé por qué, al fin y al cabo yo soy inocente.

—¡Estate tranquilo! Aquí no vas a la cárcel. Si pierdes, solo habrás de pagarle, o te embargarán si no lo haces —me comenta Silvia. No me tranquiliza.

Se abre la puerta, llegó el momento de mi ejecución. Soy un cordero que entra en el matadero para ser degollado. Mi nerviosismo y mi inquietud llegan a su punto más alto y mi corazón va a estallar en mil pedazos de un momento a otro. Deseo que me caiga un rayo, me fulmine y esto acabe de una vez.

Entro con la cabeza gacha, ciego y con un único pensamiento en la mente: ¿de dónde voy a sacar los 10.000 euros para pagar a esa loca?, además de las costas y los intereses, si pierdo.

Oigo cerrar la puerta tras de mí. Levanto la cabeza. Mis ojos no acaban de enfocar y veo moverse sombras.

—¡Felicidades! ¡Feliz cumpleaños! —gritan todas aquellas sombras a la vez abalanzándose sobre mí.

—¡Nos empeñamos en organizarte una fiesta sorpresa! ¡Feliz día, cariño! —reconozco la voz de Carla, mi novia.

Parpadeo y me despierto de una pesadilla. Son las voces de mis amigos, mi familia y el marido de Silvia, con la toga puesta. Trabaja con Carla, que también participa en este complot.

Mi vista se nubla, mis fuerzas me abandonan y siento un fuerte golpe en la cabeza.

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