LLUVIA SOBRE MOJADO

Narrativa: Primera persona, crear expectativa, sugerir lo que vendrá y conflicto del protagonista

LLUVIA SOBRE MOJADO

Ernesto se encontraba de guardia en el Hospital Central de Barcelona. Como no había urgencias en neurocirugía, estaba descansando en uno de los sofás del office.  La pereza llevaba rato aplastando su cuerpo contra aquel tresillo. Eran las cinco de la tarde de mediados  del mes de julio. En el exterior apretaba el calor, pero allí dentro el aire acondicionado le estremecía, poniéndole la piel de gallina. Cuando la gente está de vacaciones, no se enferma, se decía. A las nueve finalizaba su turno y podría desconectar del trabajo por una temporada. Deseaba que las horas transcurrieran rápido, ya que lo pasaría a recoger Elena, saldrían de vacaciones. Bueno, vacaciones y algo más, se le escapó una sonrisilla, a principios de agosto tenían previsto casarse.

Tenía sueño y se dejó dominar por el silencio de aquella sala,  se quedó amodorrado, fue incapaz de vencerlo, perdió la batalla y cerró los ojos. Vinieron a su mente imágenes de la tarde anterior. Hubiera preferido quedarse junto a Elena, acurrucados en las hamacas de su ático, hablando, riendo, bebiendo el refrescante granizado de limón que solo ella sabía hacer, mientras los envolvía la agradable temperatura veraniega y los rodeaba el olor, que traía una suave brisa, de los coloridos geranios que decoraban la terraza, planeando sus próximas vacaciones o, cuando hubiera bajado el calor, acercándose juntos a la librería “El gran libro” que tanto le gusta a ella visitar porque olía a libros nuevos, y donde tenía que recoger uno que había encargado. Pero, tuvo que dejarla e irse al hospital.

Se sentía feliz, pletórico y lleno de energía. La tenía a ella, no necesitaba nada más. Recordó los años que pasó en soledad, quizás su cabezonería en ser el mejor en su tarea lo alejó de la idea de compartir su vida. Siempre había estado muy encerrado en sí mismo, no permitía que nadie interfiriera en su manera de ser ni en sus sentimientos, reconociendo que en ocasiones su arrogancia y el poder que le otorgaba su profesión, el tener la capacidad de salvar vidas, le hacía creerse un poco Dios. Cuando empezó a salir con Elena su carácter cambió. Se contagió de su sencillez y de su dulzura. Llevaban juntos desde hacía un par de años, pero se conocían desde hacía más de doce. Cuando Marga, una de sus enfermeras,  los presentó en un encuentro casual en el metro. Entonces, él tenía novia y ella estaba felizmente casada, y con una niña de cuatro años.

La vida era caprichosa y se encargó durante los siguientes años de enredar sus vidas de tal modo que desembocaron en una serie de situaciones personales individuales inesperadas. Él tenía casi los cincuenta y cinco, y a sus espaldas un nefasto curriculum de tres novias que no aguantaron su carácter complicado. Eso contrastaba con una carrera exitosa como médico. Ella dos menos, divorciada de una relación plagada de celos, un puesto de responsabilidad en una empresa farmacéutica y una hija adolescente.

Abrió los ojos, se los refregó con las manos; se quería despejar. Se levantó para sacarse un café de la máquina, buscó un par de monedas en el bolsillo derecho de su pantalón y las echó. Produjeron un sonido metálico de caja vacía. Su móvil sonó. Le buscaban: había ingresado un 0094, una persona inconsciente. Dejó el café en la máquina, sin tocarlo y se fue corriendo al box de urgencias. Lo primero que vio al llegar fue  que debajo de la camilla había  una bolsa de papel marrón, de la cual asomaba un libro, y un policía que hablaba con una de las enfermeras. Rodeó la camilla, se situó a un lado del paciente y levantó la vista. Era una persona llena de magulladuras, cortes en las piernas, en los brazos y un gran hematoma le desfiguraba el lado derecho de la cara. Vestía un suéter…  y ese anillo…  ¡No podía ser, le costó reconocerla, aquella persona allí tumbada era su Elena, su amada!

Durante unos segundos se quedó paralizado, pálido, agarrado a la barandilla de la camilla fue incapaz de mover un músculo. Parpadeó rápido y respiró profundamente. Casi se marea. ¡No le podía estar sucediendo esto a ella!  ¡No era justo! Renegó mentalmente lleno de rabia. ¿Qué había hecho él mal en esta vida para que le sucediera esto a la única mujer que supo entender su carácter? Su futuro en común,  sus planes y sus ilusiones se truncaban. Se le caía el mundo encima. El amor que sentía por ella se convirtió en un puñal clavado en el pecho, mientras su mente era bombardeada por preguntas sin respuesta.

-¿Queeé le ha sucedido? – le preguntó alarmado a su enfermera, mientras la examinaba tenso y ella acababa de ponerle la vía.

-Un atropello… Un ciclista se precipitó sobre ella, cayó al suelo y se golpeó la cabeza contra la acera. ¿Le suministro dos mililitros de…?

-Es lo que ha explicado una testigo que la acompañaba… – interrumpió el policía -. Se dio a la fuga. La chica no para de insistir en que el ciclista fue a por la mujer, pues estaba delante y la evitó. Un compañero le está tomando declaración a fuera. Tenemos que hablar con su familia, creemos que puede ser un intento de homicidio.

Al escuchar aquella última palabra él se giró hacia el policía, con una expresión mezcla de indignado y de extrañado. ¿Quién quería hacer daño a su amada? Ella no tenía enemigos. Estuvo a punto de gritarle, pero se calló a tiempo, se contuvo y se limitó a invitarle con educación, que saliera de aquella sala. Observó de reojo a todos sus compañeros. Nadie allí sabía que era su pareja. Él conocía las normas del Hospital, tenía prohibido atender a ningún familiar. Había un compañero de su mismo servicio que le podría sustituir, el doctor Gómez, pero no quiso. Continuó examinándola. Al comprobar las pruebas que le realizaron,  descubrió que tenía un hematoma que le presionaba el cerebro, lo que le obligaba a intervenir inmediatamente.

La prepararon y empezó la intervención, abrió bien los ojos, la observó con frialdad, convirtiéndose en el medico que siempre solía ser y ella en la paciente que debía atender. Tras dos horas de intervención, cuando estaba finalizando, una de las enfermeras le alertó de que algo no iba como debiera. La tensión había subido raudamente, uno de los aparatos de quirófano no paraba de pitar insistentemente.

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